En el blanco by Ken Follett

En el blanco by Ken Follett

autor:Ken Follett
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2004-01-01T05:00:00+00:00


00.30

Toni avanzaba a quince kilómetros por hora, echada sobre el volante para poder escudriñar la nieve cegadora e intentar adivinar el trazado de la carretera. Los faros del coche alumbraban una nube de grandes y blandos copos de nieve que parecían llenar el universo. Llevaba tanto tiempo forzando la vista que le escocían los ojos como si les hubiera entrado jabón.

Su móvil se convertía en un manos libres cuando lo insertaba en el soporte del salpicadero. Llamó al Kremlin, pero no obtuvo respuesta.

—Me parece que no hay nadie —observó su madre.

«Los de la compañía telefónica habrán desconectado todas las líneas», pensó Toni. ¿Funcionarían las alarmas? ¿Y si pasaba algo grave mientras estaban sin línea? Con una mezcla de angustia y frustración, presionó un botón para poner fin a la llamada.

—¿Dónde estamos? —preguntó la señora Gallo.

—Buena pregunta. —Toni conocía aquella carretera, pero apenas la veía. Tenía la impresión de llevar siglos al volante. De vez en cuando echaba un vistazo a los lados, en busca de algún punto de referencia. Creyó reconocer una casa de piedra con una característica verja de hierro forjado que, si no le fallaba la memoria, quedaba a unos tres kilómetros del Kremlin. Eso la animó—. En quince minutos habremos llegado, madre —anuncio.

Miró por el espejo retrovisor y vio los faros que la habían acompañado desde Inverburn. El pesado de Carl Osborne la seguía obstinadamente en su Jaguar, a su mismo paso de tortuga. En otras circunstancias habría disfrutado dándole esquinazo.

¿Estaría perdiendo el tiempo? Nada le gustaría más que llegar al Kremlin y encontrarlo todo en perfecto estado de revista: los teléfonos reparados, las alarmas funcionando, los guardias aburridos y soñolientos. Entonces se iría a casa, se metería en la cama y pensaría en su cita del día siguiente con Stanley.

Por lo menos disfrutaría viendo la cara de Carl Osborne cuando se diera cuenta de que había conducido durante horas bajo la nieve, en plena Nochebuena, para cubrir la noticia de una avería telefónica.

Parecían estar en un tramo recto de la carretera, y se arriesgó a pisar el acelerador. Pero el trazado de la calzada no tardó en cambiar, y de pronto se encontró ante una curva a la derecha. No podía usar los frenos por temor a derrapar, así que puso una marcha más corta y mantuvo el pie en el acelerador mientras tomaba la curva. La parte de atrás del Porsche quería irse por su cuenta, lo notaba, pero los anchos neumáticos traseros se mantuvieron firmes.

Dos faros se le acercaban por detrás, y para variar había ahora sus buenos cien metros de distancia entre los dos vehículos. Hacia delante no había mucho que ver: una capa de nieve de unos veinte centímetros de grosor en el suelo, un muro de mampostería a su izquierda, una colina blanca a su derecha. Toni se dio cuenta de que el coche de atrás avanzaba a bastante velocidad.

Recordaba aquel tramo de carretera. Era una larga y amplia curva que bordeaba la colina describiendo un ángulo de noventa grados, pero se las arregló para no salirse de su carril.



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